Y de las noches en vela y los días de bata, con estrellas y sin luna, llegaron los viernes y sus diversiones.
Viernes de zapatos y carpeta, de caminatas y esperas, de fonendo y de alcohol-gel.
Viernes de fin-de-semana, de charlas en torno a un 20 minutos y de diversiones personales.
Viernes de intrigas, de casa y perra, de ensueño y piano.
Pero sobretodo viernes de viernes, mi viernes, mi día de no pensar o de hacerlo demasiado, de no sentir o de desbordar de sentimientos las orejuelas, de diversión y de ponerme yo mismo con una daga oprimiendo mi garganta, notando a cada latido, cada pulsación, cómo se hunde un poco más en mi carne para abandonar esa sensación al instante siguiente.
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