lunes, 31 de diciembre de 2012

Un recuerdo de lo que fui, innovado por lo que soy...

Tratando de hacer un recopilatorio memorístico-humano-musical de los que me gustan hacer a final de año, a modo de resumen, recuerdo y unificación de lo que me han supuesto estos últimos 365 (366 en este caso) días, no consigo clarificar fechas, sucesos, o hitos a destacar. Supongo que por un lado es algo positivo, ya que de la primera mitad de año tengo un recuerdo más bien amargo y monótono, como una gran bola de helado que a bote pronto te gusta, pero que parece infinita según vas tomándola y terminas queriendo tirarla prácticamente entera. Una sensación curiosa, pero monótona y cansina.



Luego recuerdo un verano con un inicio de esos de guardar. Noches de calle, reencuentros y descubrimientos. Noches de confianzas, de dejarse llevar y de caer en los pequeños y placenteros pecados que nos brinda la vida. Noches de caminata, y amaneceres de playa. Paseos en soledad, de introspección y reflexión. Eternas fotografías mentales.



Y vuelta al ruedo, con energía renovada: nuevos aires, nuevas personas. Nuevos juegos y nuevos descubrires y redescubrires. Vuelta al yo, al yo liberado de la mente, lo racional; y vagamente dominado por el ello. Vuelta a las palabras, a la música, al hedonismo hallado en el maltrato de lo cotidiano... 



En verdad (tópico donde los haya), no cambiaría un ápice de este ya herido de muerte 2012. No cambiaría las lágrimas, las risas, los abrazos y los besos, los orgasmos, los engaños, los enfados y reencuentros... Pero sobretodo, no cambiaría las personas, individuales, que suscitaron tales actos...

Feliz 2013, desde mi burbuja de introspección egocentrista, con aspiraciones pastoriles.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Cuatro.

Parece mentira que sean ya cuatro las navidades que tú butaca se queda impasible viendo el ir y venir ajetreado de unos y otros; cuatro las cenas familiares que no hay quien de cuerda al reloj, quien se aparte para dejarme salir, urgentemente, al servicio, ni quien me llene el plato con sus excedentes con el pretexto de que era joven y tenía que crecer... E innumerables los gritos, dichos y redichos, canciones mal entonadas y confidencias irracionales las que mis oídos han dejado de escuchar. ¿Quién iba a decirme que ese (para mí aún desconocido) "gracias por venir" a lo Lina Morgan, iba a ser lo último que me quedaría de ti? Tu último regalo de niño.

Y es que hoy sin comerlo ni beberlo, tras el amargo del té y el dulce de la miel, te has encarnado en tu cabezonería (o en tu poca cabeza), en tu obcecamiento y tu disfrutar de la vida, tus bromas para algunos no consideradas como tal, tu espíritu libre manchado por las restricciones de una vida que se escapa... te has re-encarnado en el pequeño gran genio que eras. En el niño que nunca se hizo adulto o el adulto que nunca dejó de ser niño, nunca lo sabré.

Y cómo no, las notas de un piano incipiente han venido a mí, y hubiese deseado poder deleitarte aquella mañana con una melodía de despedida a la altura, con un cuerpo que se desarrollase a través de distintas florituras que impregnasen con su aroma aquella, tu habitación lejana. Pero no, mis dedos eran aún inexpertos aprendices de la sincronía y no pude más que regalarte cuatro compases que resonarán en mi cabeza de por vida. Tal vez por eso nunca dejo de evocarlos...



Y con ésto sólo puedo decirte, a ti, gracias por venir...

domingo, 23 de diciembre de 2012

"Dup Tá"

Y de las noches en vela y los días de bata, con estrellas y sin luna, llegaron los viernes y sus diversiones. 

Viernes de zapatos y carpeta, de caminatas y esperas, de fonendo y de alcohol-gel. 
Viernes de fin-de-semana, de charlas en torno a un 20 minutos y de diversiones personales.
Viernes de intrigas, de casa y perra, de ensueño y piano.

Pero sobretodo viernes de viernes, mi viernes, mi día de no pensar o de hacerlo demasiado, de no sentir o de desbordar de sentimientos las orejuelas,  de diversión y de ponerme yo mismo con una daga oprimiendo mi garganta, notando a cada latido, cada pulsación, cómo se hunde un poco más en mi carne para abandonar esa sensación al instante siguiente.


domingo, 16 de diciembre de 2012

Y ahora yo quiero jugar a ser gigante

Y en émbolo, entró directo a una vía central, directa al corazón y por tanto, a la circulación sistémica. Rápidamente llegó al cerebro, encéfalo o coco (según gustos), y se expandió por todas sus circunvoluciones, todos sus recovecos y repliegues, sin excepción alguna. Fue intoxicando todas las células que pillaba por su paso y viciando el comportamiento de cada una de las sinapsis que inundaba.

Como una mala hierba que crece descontrolada, en pocos minutos esa idea, obsesión sentida, se había instaurado como un dogma de fe, una forma de vida, un mal veneno que invade y cambia radicalmente la actuación, un virus que toma el poder y gobierno de aquello que infecta... un régimen ideocrático que aplasta a todo atisbo de mi propio gobierno, mi manida y desgastada autocracia...

Sin darme cuenta no soy yo (o al menos el yo que creí ser) y no me considero dueño de mi actuar. No recuerdo el punto de inflexión, el lugar de la infección o la causa exacta de la pandemia que, sin yo buscarlo, me ha dotado de un nuevo cariz. 




Tal vez deba dejar de buscar las razones, y disfrutar un poco más de la aleatoriedad existencial que me rodea... Al fin y al cabo, ¿no se basa en eso lo absurdo de nuestra existencia?

lunes, 10 de diciembre de 2012

Una tarde cualquiera de estudio

Y en el hastío de la embriaguez de conocimientos, en la desolación de una habitación que no ofrece más que unas cuantas hojas manuscritas bajo la luz de una bombilla titilante; desistir de toda cordura y ceder al cálido arrullo de una melodía amiga, y ser partícipe de ella.


Y volar, y soñar, y dejar las manos flotar sobre unas teclas conocidas, en busca de una melodía por descubrir... 
Y tocar y oír, y ver y sentir, y oler y correr por los ríos de emoción, de vida, de ser que se derrochan en cada vibración desprendida...
E identificar el soplo, madera y cristal, cuerda y metal de cada una de las ochenta y ocho maravillas que exhalan su aliento a cada martillazo, cada golpe, cada pulsación...

sábado, 8 de diciembre de 2012

La vida como un puñal hay veces que duele...

No hay nada más gratificante que sentirse querido. Ese calor que nace de lo más profundo del pecho y se irradia, calentando hasta el último recoveco de tu cuerpo aún en el invierno más frío. Esa hinchazón que se extiende, haciéndote caminar más derecho, más erguido, más entero... más persona. Esa fuerza que te hace levantarte por las mañanas con una energía que derrochar a lo largo del día, y repartir sonrisas de donde sólo puedes sacar llanto. Ese secar océanos para repartir luz. Es una sensación de esas que se guardan en una cajita, en lo más hondo de lo que llaman "corazón". 

Y por el contrario existe también esa sensación gastrocéntrica, con afán retráctil y consumista. Todo se encoje, se empequeñece, y los nudos se suceden desde la boca hasta los intestinos. Todo se asfixia, se estrangula, y los sudores fríos comienzan a correr. Ríos de agua perdidos por los poros, que hielan la sangre y la piel. Amargor recorriendo la selva de papilas, acidez y sequía; rechazo somatizado...

Dos opuestos inconjugables, pero emulsionables. Nudos henchidos de grandeza, sudores cálidos como ninguno, caminares rectos en la inconmensurable pequeñez de mis entrañas... Soledad en la más certera de las compañías...

Un tormento irónico y satírico, que cíclicamente ataca la cordura del seso, la realidad del ensueño.