martes, 18 de septiembre de 2012

X

Extraño, como libre. Con tiempo que gastar e historias que escuchar, historias que vivir e historias que contar.

La hierba, cómplice de confesiones, de palabras salidas de muy dentro. Cómplice del tiempo, de las necesidades, de los delicados pasos de bailarina sobre un campo de minas... cómplice de fantasías, de sueños, de libertades y guitarras, del Sol, la lluvia, la tierra... cómplice de cómplices, espía superfluo de banales cavilaciones.

Noche, oscuridad, fresco y piano. Y sueño y ensueño. Y piano... y piano.... y más piano....

lunes, 17 de septiembre de 2012

Rumbo a uno... y a otro

Y vuelta al ruedo. Más sangre, más sudor, más ojeras y menos tiempo.
Nuevos aires; aires fríos, o cálidos tal vez. Aires de grandeza y de inferioridad, de curioso y atrevido tal vez.
Nuevos viejos deseos que pasan a formar parte de ese gran cajón de sastre de lo que nunca pudo ser; o no quiso, o tal vez nunca llegó. Nuevos viejos deseos que empiezan a coger polvo y a arrinconarse para, ojalá, por casualidades del azar, volver a relucir meses más tarde.
Nueva etapa, que poco o nada tiene de nueva, más allá de lo puramente psicológico, del carácter que un yo, subjetivo, quiera darle.
Nuevas divagaciones, nuevos pensamientos, conocimientos, cimientos sobre los que asentar una vida que se crea...

Nuevos, nuevas... que al final no son, sino viejos, viejas...

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Durante otro de esos instantes imposibles, la ciudad se irguió, reconstruida e irreconocible, más alta de lo que nunca había esperado ser, más alta de lo que el hombre la había edificado, erguida sobre pedestales de hormigón triturado y briznas de metal desgarrado, de un millón de colores, con un millón de fenómenos, una puerta donde tendría que haber habido una ventana, un tejado en el sitio de un cimiento, y, después, la ciudad giró sobre sí misma y cayó muerta.
El sonido de su muerte llegó más tarde.
Ray Bradbury