sábado, 13 de octubre de 2012

Grito desesperado al subconsciete

Despertarse entre sábanas y sudores, entre almohadones y legañas. Vislumbrar la luz allá afuera, el ruido, la ciudad y los pájaros, y volver a entrecerrar los párpados, impidiendo que esos reflejos molestos te cieguen. Dar una vuelta, dos... buscar en la almohada algún recoveco de frescor, y con los pies el aire cargado bajo las sábanas.

Y entonces, en ese segundo en que te debates entre el sueño y la vigilia, entre realidad y fantasía, volar. Volar y huir de la mente, del cuerpo y de esas sábanas gastadas. Perderse en el aire, diáfano. Retozar entre los pensamientos de hoy, ayer y mañana, y entre los deseos pasados, anhelos presentes, y caos futuros.

Y darse cuenta, en ese segundo, de todo; da igual si cierto o falso. Darse cuenta de ese corazón fragmentado, y esos cientos de latidos ectópicos que luchan por proclamarse vencedores sobre el resto. Darse cuenta de esas ilusiones, opuestas, que se enfrentan en las arenas más sangrientas de tus cavilaciones. Y en ello, olvidarse de que se es persona, sentirse idea, pensamiento... sentirse segundo y minuto. Y odiarse.

Odiarse por ser, y por no ser. Por tener y no dar, y no tener y derrochar. Eterna antítesis de la mente, del estático fluir, y de los aluviones de pasividad.

Soy.

Siento, quiero, necesito...