Y entonces, en ese segundo en que te debates entre el sueño y la vigilia, entre realidad y fantasía, volar. Volar y huir de la mente, del cuerpo y de esas sábanas gastadas. Perderse en el aire, diáfano. Retozar entre los pensamientos de hoy, ayer y mañana, y entre los deseos pasados, anhelos presentes, y caos futuros.
Y darse cuenta, en ese segundo, de todo; da igual si cierto o falso. Darse cuenta de ese corazón fragmentado, y esos cientos de latidos ectópicos que luchan por proclamarse vencedores sobre el resto. Darse cuenta de esas ilusiones, opuestas, que se enfrentan en las arenas más sangrientas de tus cavilaciones. Y en ello, olvidarse de que se es persona, sentirse idea, pensamiento... sentirse segundo y minuto. Y odiarse.
Odiarse por ser, y por no ser. Por tener y no dar, y no tener y derrochar. Eterna antítesis de la mente, del estático fluir, y de los aluviones de pasividad.
Soy.
Siento, quiero, necesito...