jueves, 30 de agosto de 2012

Un, dos, tres y... clap, clap, clap.

Treinta de agosto, el verano agoniza. Las noches se distienden, se dilatan en danzas renovadoras y frescas. La boca, seca. La garganta, afónica de tanto gritar en silencio. Los pies, cansados, doloridos, reventados de hacer kilómetros en caminos de segunda, repletos de pequeñas piedras que admirar.

Se siente el fin, lejano, a la vuelta de la esquina. Y cómo se agolpan momentos tan intensos, cómo se condensan en un segundo, en tres palabras, cuatro suspiros... Respira.

Respira y vuelve a respirar. Notando el fluir constante del mar, la tierra, la montaña, el asfalto de Madrid, la luna de la Tierra, las estrellas pérdidas en masías o tal vez en vastos campos asalvajados. Respira.

Euforia, besos, sexo, decepción, enfado, frustración, cariño, reencuentro, perdón, abrazos, nostalgia, confusión, lágrimas, sonrisas, saltos, paseos, miedo, ternura... Sobretodo euforia y besos. Y sexo. Y decepción, enfado y frustración. Y el cariño del reencuentro. Y también el perdón, los abrazos nostálgicos, la confusión. Y las lágrimas sonrientes, los saltos paseando. Y el miedo y la ternura. Sobretodo eso.

Nunca es tarde para crecer, pero tampoco para ser niño de nuevo...

miércoles, 1 de agosto de 2012

Cuando el sol calienta

De las mañanas de sábanas y las tardes de insomnio, la casa sin barrer y el espíritu límpido. El silencio en las orejas. Las estrellas, compañeras. Los chorros, el frío, el verde y el gentío.


Olvidar de amar, de pensar, de echar y hechar. Olvidar de hablar, de oír, de llamar y ser llamado. Olvidar de olvidar, de indagar, de buscar y rebuscar.


El todo y la nada fusionados en un mismo ser inexistente, impensable, intrínseco, incalculable, etéreo e imperdible.


Tan solo un amanecer más que calienta con la fuerza suficiente para derretir los restos de mi glaciar.