domingo, 30 de diciembre de 2012

Cuatro.

Parece mentira que sean ya cuatro las navidades que tú butaca se queda impasible viendo el ir y venir ajetreado de unos y otros; cuatro las cenas familiares que no hay quien de cuerda al reloj, quien se aparte para dejarme salir, urgentemente, al servicio, ni quien me llene el plato con sus excedentes con el pretexto de que era joven y tenía que crecer... E innumerables los gritos, dichos y redichos, canciones mal entonadas y confidencias irracionales las que mis oídos han dejado de escuchar. ¿Quién iba a decirme que ese (para mí aún desconocido) "gracias por venir" a lo Lina Morgan, iba a ser lo último que me quedaría de ti? Tu último regalo de niño.

Y es que hoy sin comerlo ni beberlo, tras el amargo del té y el dulce de la miel, te has encarnado en tu cabezonería (o en tu poca cabeza), en tu obcecamiento y tu disfrutar de la vida, tus bromas para algunos no consideradas como tal, tu espíritu libre manchado por las restricciones de una vida que se escapa... te has re-encarnado en el pequeño gran genio que eras. En el niño que nunca se hizo adulto o el adulto que nunca dejó de ser niño, nunca lo sabré.

Y cómo no, las notas de un piano incipiente han venido a mí, y hubiese deseado poder deleitarte aquella mañana con una melodía de despedida a la altura, con un cuerpo que se desarrollase a través de distintas florituras que impregnasen con su aroma aquella, tu habitación lejana. Pero no, mis dedos eran aún inexpertos aprendices de la sincronía y no pude más que regalarte cuatro compases que resonarán en mi cabeza de por vida. Tal vez por eso nunca dejo de evocarlos...



Y con ésto sólo puedo decirte, a ti, gracias por venir...

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