Y huir de esta corporeidad tangible del yo, hacia páramos inabarcables, inconmensurables, inconcebibles para esta cárcel que retiene todo atisbo de libertad.
Y fusionarse con el astro rey, para luego besar la lluvia, acariciar las nubes y reposar, alegre y plácidamente, en la nada que todo lo llena.
Un sentimiento que rompe con toda somatización para hacer tangibles los anhelos del ello, que se desliga de las represiones y cordialismos que durante tanto tiempo la han sometido al yugo de una mente rota, escindida, casi maravillosa podría decirse.
Una expansión que llega a cada átomo desatomizado, a cada partícula de antimateria que ha pasado a componer el cuerpo pútrido y enfermizo en que se hallaba.
Grandes cambios de concepción, de estructura, de vida, de color, hora y fuego.
Grandes avances, roturas, pérdidas y anhelos embriagados por el etílico de su culminación.
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