No hay certeza más grande, ni seguridad más absoluta. Sólo te queda respirar, hincharte, sentir cómo se llena, cómo se vacía... notar la hendidura, la brecha que separa tus pulmones y echar a volar.
No hace falta más. Aire, y hierba por almohada. Unos pies que te ayuden a caminar, a bailar, a dar una vuelta tras otra frenéticamente hasta caer rendido en el más allá, en el suelo del infinito perdido y alejado de toda racionalidad...
Una, otra, otra más y vuelta a empezar.
Y vuelta a empezar...
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