sábado, 9 de junio de 2012

Hoy


Personas. Únicas. Individuales. Con sus pequeñas imperfecciones que son las que les caracterizan, nos caracterizan. Nuestras vivencias, nuestros hábitos y costumbres nos hacen irrepetibles, especiales y sólo por ello merece la pena pararse a conocer, a escuchar cada historia que una persona cualquiera pueda tener. Su historia, su vida… su narración en primera persona de una aventura que bien puede haber arrancado o bien puede estar ya arañando  la “meta”.

Personas. Únicas. Individuales. Y sólo por eso mismo entrañables, suscitadoras de cierta curiosidad insaciable, de un ansia de saber, de conocer. ¿Por qué lloraba aquella chica del metro? O ¿por qué aquel anciano tenía esa mirada perdida, anclada en un horizonte bien infinito? ¿Qué se le pasará por la mente a ese niño de 5 años que con la curiosidad de quien examina un marciano, analiza esa rama de enebro?

Personas. Únicas. Individuales. Que me hacen darme cuenta de por qué elegí esta carrera, esta profesión. Que me hacen darme cuenta de que tanto nombre y tanta ciencia no valen de nada si no se ejercita lo que unos llaman corazón, otros hipocampo, alma, energía vital…. Empatía al fin y al cabo.

Personas. Únicas. Individuales. De cuyas vidas quiero poder tomar parte, conocer, indagar dentro de lo que se me permita, escuchar, aprender, y sacar conocimiento de todas ellas. Vivir mil y una vidas a través de sus historias.

En estos días de incomunicación, de no-hay-tiempo-ni-para-dormir, es cuando realmente me doy cuenta de la razón de ser de la condición humana. El prójimo. El contacto humano. El herir y ser herido, el querer y ser querido, el tocar y ser tocado. El dar y recibir que tanto se oye, y que tan humanos nos hace.



Siento que lo estoy perdiendo pero, que a la vez, me estoy llenando de él.

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