Caídos los párpados, las manos laxas, añejas, débiles sobre los muslos. Sólo se escucha el murmullo de una brisa que expira sobre unos labios resecos y cuarteados, buscando alguna abertura en la pared, para abandonar la sala.
Un soplo de energía que va en pos de un nuevo destino. Otro humano, un animal, un objeto... O tal vez un imperecedero vegetal.
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